Otra adaptación de un cuento infantil, en esta ocasión se trata de Ricitos de Oro, que representamos en nuestro teatrillo.
Silencio en la sala, el telón empieza a subir.
Érase una vez…
Una familia de ositos que vivían en una preciosa casa en el bosque. Todas las mañanas la mama preparaba el desayuno, el papa barría el salón, y el pequeño recogía sus juguetes. Cuando tenían la casa recogida la mama sirvió unos tazones de leche diciendo:
¡Tened cuidado al tomarlos que queman mucho!
¿Por qué no vamos a por miel mientras se enfrían? Dijo el padre.
¡Bien! Me gusta mucho la miel. Contestó el osito dando saltos de alegría.
Mientras los ositos estaban buscando miel, Ricitos de Oro, la llamaban así por su pelo rubio y rizado, estaba paseando por el bosque y vio la casita de los ositos.
Como era muy curiosa se acercó a la casa, y llamó a la puerta, al no contestarle nadie gritó:
¿Hay alguien?
Como seguía sin responderle nadie, y era muy fisgona, miró por la ventana y después empujó la puerta, esta se abrió y Ricitos sin pensarlo ni un momento entró. Cuando vio los desayunos pensó:
Tengo hambre, voy a comer un poco.
Y se sentó a la mesa, primero en la butaca más grande.
Esta butaca en muy grande para mí, y la leche está muy caliente.
Decidió sentarse en la butaca mediana, pero tampoco le gusto y al levantarse tiró el tazón de leche, pero era un poco despreocupada y no le importó. Por último, se sentó en la silla pequeña y después de tomarse la leche, movió la silla y se rompió.
Siguió curioseando por la casa y entró en le dormitorio, tenia tres camas y estaba todo limpio y ordenado, a Ricitos le entro sueño y decidió probarlas, la más grande no le gustó mucho, era algo dura, la mediana le pareció blanda, por fin se tumbó en la pequeña y se quedó dormida. El dormitorio quedó totalmente desordenado.
Al volver los ositos a la casa se sorprendieron al ver la puerta abierta, al entrar se dieron cuenta de que alguien se había comido su desayuno y había desordenado el salón.
Por si el intruso aún estaba en la casa entraron al dormitorio sigilosamente y cuando vieron las camas desechas no se lo podían creer.
¿Quién habría hecho todo esto? Se preguntaron.
Justo en ese momento Ricitos se despertó y al verlos se asustó tanto que salió corriendo sin dar explicaciones. Los ositos no entendían nada de lo que había pasado y Ricitos corría y corría hacia su casa pensando-.
Nunca más voy a ser tan fisgona.
Y colorín, colorado este cuento se ha acabado.
Moraleja niños y niñas.
No dejéis la puerta de casa abierta, y nunca entréis en la casa de un desconocido.